AGENDA CIUDADANA Una elección entre dos insurgencias |
LOS ACTORES
De cara a la próxima elección, los actores convencionales y tradicionales -partidos, gobierno y poderes fácticos- han estado jugando sus cartas sólo entre ellos. Hasta hace poco, la única novedad era "Morena", un movimiento construido desde la base social por Andrés Manuel López Obrador para hacer de la política algo que involucre al llamado "México profundo" y evite que vuelva a suceder lo del 2006, cuando la izquierda fue incapaz de cuidar bien las urnas. Sin embargo, hoy existen dos actores colectivos, uno viejo y otro muy nuevo, a los que podemos calificar de no convencionales y que también entran al juego electoral: los narcos y los estudiantes universitarios organizados. Uno es una amenaza para la vida pública, el otro una sorpresa y una esperanza.
Los grandes capos del narcotráfico no son muchos -hay siete cárteles- pero disponen en exceso de dos recursos fundamentales en política: dinero y un aparato de violencia extrema y muy eficaz. Los estudiantes universitarios organizados constituyen una fuerza política inesperada, nueva, y que se caracteriza no por sus recursos materiales ni, menos, por una voluntad de violencia sino por su optimismo y altruismo, por la legitimidad de su proyecto nacional. El entusiasmo y claridad del discurso político de los estudiantes ya obligó a ese gran poder fáctico mexicano que son las televisoras privadas a hacer algo que ni el IFE ni la Secretaría de Gobernación habían logrado: disminuir su tradicional arrogancia y aceptar que deben trasmitir el segundo debate presidencial en sus canales de más alto rating y, además, empezar a ofrecer a su público una cobertura de las noticias políticas menos sesgada.
Narcotráfico y estudiantes movilizados pueden ser calificados en el actual contexto mexicano de insurgencias porque, cada uno a su manera y con sus instrumentos peculiares -la violencia sin límites unos y las razones prácticas y morales los otros-, mantienen a la defensiva al régimen vigente. Ahora bien, el papel que finalmente ambos desempeñen en las elecciones que se avecinan y, sobre todo, en el proceso político posterior a la elección dependerá mucho de la respuesta que den el gobierno, la clase política y la sociedad al llamado de cada una de esas dos fuerzas que son, a la vez, extremos de la naturaleza mexicana.
LA INSURGENCIA CRIMINAL
El término insurgente viene de surgir, de emerger, de levantarse en actitud contestataria. Generalmente se aplica a quienes se han insurreccionado en contra de la autoridad establecida pero que aún no tienen la capacidad de dar forma a una verdadera alternativa.
Muchos hoy no aceptan lo que un periodista británico que ha trabajado sobre la naturaleza del narcotráfico en México, Ioan Grillo, sostiene en su libro y en entrevistas más recientes: que en México el narcotráfico es mucho más que crimen organizado, que es ya una insurgencia de organizaciones criminales con gran espíritu empresarial y que han sido capaces de defender y expandir su negocio ilícito mediante la formación de verdaderos ejércitos de sicarios muy bien pagados, armados y entrenados -el origen militar de "Los Zetas" no se ha diluido, se ha acentuado- y que actualmente combaten de frente al Estado y a sus Fuerzas Armadas, aunque no lo hacen en nombre de una ideología sino de algo más concreto: de la creación de zonas donde el orden realmente vigente sea el de ellos y donde la autoridad formal y legal del Estado se ejerza sólo de manera subordinada, que sea apenas un "soft government" ejercido por una "autoridad capturada" (El narco. Inside Mexico's criminal insurgency, Bloomsbury Press, 2011, pp. 202-222). Y por lo que se refiere a lo que puede ser la visión del mundo y del ser humano de esta fuerza, la brutalidad de sus ejecuciones, su desprecio por la vida humana, su esfuerzo incesante por corromper todo el entramado institucional y su arte -los llamados narcocorridos-, lo dicen todo.
INSURGENCIA UNIVERSITARIA
La otra insurgencia, la nueva, la benéfica, la emergente, la de los jóvenes universitarios, es un movimiento que por principio es pacífico y sí tiene un proyecto ideológico: rechaza las partes antidemocráticas e injustas de la estructura de poder vigente -esas que no son legales pero que realmente funcionan- en nombre de un conjunto de ideas que implican una concepción de la política muy diferente de la que prevalece entre la élite del poder mexicana. Una concepción que por ahora se expresa en términos muy generales pero que, en la práctica, significa la exigencia de un proceso electoral de acuerdo a los cánones de la democracia política, lo que implica no sólo ausencia de fraude sino que los medios de comunicación -las televisoras en particular- le entreguen a su público una información y un análisis de la realidad plural, equilibrado, profesional, de calidad, para que el ciudadano cuente efectivamente con los elementos de juicio objetivos que le permitan ejercer a plenitud su derecho de escoger libremente entre líderes y entre proyectos políticos que impliquen alternativas reales.
En el discurso de bienvenida con que abrió la Asamblea General de Estudiantes "#Yosoy132", y que se celebró en "las islas" de la UNAM el 30 de mayo, se resume la razón de ser y la aspiración de estos insurgentes universitarios, aunque en una forma más cercana a la poesía que al documento político tradicional. La historia, afirmaron ahí, había salido de las páginas de sus libros de texto para encarnar en ellos, en los jóvenes. Dijeron tener fuego en la voz y unos pies que ya no podían esperar más y se habían echado a caminar. Dijeron también tener las mejores armas para su nueva tarea de sustitución de lo viejo e ilegítimo por lo nuevo y deseable: "inteligencia, creatividad, alegría, imaginación, valor, unidad".
Modestos no son estos estudiantes, pues se dan a sí mismos la bienvenida no sólo a la "primavera mexicana" sino "...a este día en que podremos cambiar el curso de nuestro tiempo". Se dijeron impacientes, pues "Ya no esperaremos, ya no temeremos. La juventud ha despertado", y aseguraron ser miles.
Esta insurgencia optimista y desbordando seguridad en sí misma y en su proyecto -cosa no muy frecuente en nuestro medio- dice buscar, pero en realidad demandar, no la acumulación de la riqueza individual ni imponer sus intereses a base de corrupción y violencia, como lo pretenden la criminalidad organizada y a la ofensiva, sino algo totalmente distinto y justificado: "democracia, dignidad, justicia, queremos paz, igualdad, educación, queremos ser libres, queremos que los medios no impongan su mentira, queremos que todos tengan acceso a la información y a la felicidad". Como proyecto de futuro esto tiene un enorme contenido utópico, pero eso en sí mismo no está mal, después de todo sus antecesores en 1968 afirmaron, en los muros de París, "seamos realistas, pidamos lo imposible".
Y aquí viene al caso una comparación obligada: la del "#Yosoy132" con los esfuerzos de otras insurgencias estudiantiles o juveniles de nuestro pasado: las desarmadas de 1968 y 1971, la armada de los 1970 y el neozapatismo de 1994. Veamos primero las inconformidades desar- madas. La gran movilización de 1968, y su secuela de 1971, fue un fenómeno muy centrado en la Ciudad de México. Tenía un "pliego petitorio" de seis puntos que no era nada radical -su centro era la libertad de todos los presos políticos y desaparición de ciertos instrumentos de represión-, lo radical era su existencia misma: una movilización política independiente era absolutamente incompatible con la naturaleza autoritaria del régimen; por eso se le puso fin con violencia extrema. La guerrilla urbana de los 1970, respuesta a la represión del 68, se nutrió de estudiantes pero nunca logró romper su aislamiento. El EZLN, que irrumpió en 1994, fue un movimiento indígena pero su dirigente más conocido fue un profesor universitario y su actuar fue más político que militar pero también quedó aislado.
"#Yosoy132" no cuestiona a todo el orden establecido, sino a elementos muy conspicuos del viejo régimen autoritario que se mantienen pese al cambio de guardia en "Los Pinos", ya no se enfrenta a la represión del pasado y su objetivo inmediato es influir en la elección en puerta. Es probable que lo consiga, pero su desafío es a futuro: no ser aislado, mantenerse crítico, pacífico y constructivo, no disiparse y sí encontrar formas nuevas para enmendar los muchos entuertos que aquejan a la democracia mexicana.
Frente al fracaso de la transición y la brutalidad del narco, el "#Yosoy132" es un alivio, pues un cambio democrático que no avanza, retrocede.
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